“Vida Maria” y la impotencia de un modelo educativo que no rompe ciclos

 

En el marco de mi doctorado, dentro de la asignatura de paradigmas de investigación, se me presentó el cortometraje brasileño Vida Maria. La obra, realizada en animación 3D y sin diálogo alguno, cuenta la historia de María José, una niña que intenta escribir su nombre en un cuaderno, pero cuya vida se ve interrumpida por las obligaciones del trabajo doméstico y la precariedad. Crece, se convierte en madre y en abuela, y al final repite con su nieta el mismo patrón: arrebatar la oportunidad de aprender a leer y escribir. El cuaderno, donde se acumulan los intentos fallidos de varias generaciones de mujeres llamadas María, se convierte en símbolo de una tragedia silenciosa: la educación negada como herencia.

Al ver Vida Maria desde la realidad guatemalteca, la sensación es de espejo. Aquí también tenemos miles de niñas que cargan agua, cuidan hermanos o trabajan desde muy pequeñas, y que por esa razón abandonan la escuela sin haber consolidado aprendizajes básicos. El ciclo se repite, tanto en la educación pública como en muchos espacios privados, donde el currículo continúa siendo rígido, memorístico y descontextualizado. La escuela, que debería ser un instrumento de liberación, termina siendo una institución que certifica desigualdades y normaliza la imposibilidad de romper los patrones.

Lo más frustrante es que el modelo de planificación educativa, tanto en Guatemala como en gran parte de América Latina, sigue atrapado en la lógica del cumplimiento administrativo. Se planifican actividades, se reportan productos y se rinden informes que enumeran entregas, talleres o kits escolares. Sin embargo, pocas veces se establecen indicadores claros de resultado que permitan saber si un niño realmente aprendió a leer, si una niña de primero primaria logra comprender lo que lee o si los estudiantes avanzan en matemáticas al ritmo necesario para continuar sus estudios. La educación termina siendo una estadística de cobertura, no un proceso de transformación.

Este cortometraje también me hizo pensar en los conflictos gremiales y sindicales que con frecuencia paralizan las aulas. Es cierto que las condiciones laborales del magisterio son precarias y que la dignificación docente es una deuda histórica; sin embargo, no podemos dejar de reconocer que los paros prolongados, la resistencia a evaluaciones formativas o la falta de compromiso con la innovación pedagógica tienen un costo enorme para la niñez. Aquí la solución no es tomar partido contra los maestros o contra el Estado, sino imaginar un nuevo contrato social donde ambos se comprometan con un principio básico: la continuidad del derecho a aprender.

Si algo revela Vida Maria es que la injusticia educativa no suele estallar con ruido, sino que se hereda de forma silenciosa. En Guatemala seguimos atrapados en esa herencia. La niña que abandona la escuela por cuidar a sus hermanos, el adolescente que repite año tras año hasta desertar, la joven que nunca consolida su alfabetización y termina en trabajos precarios: todos son variaciones de la misma historia. Y lo más grave es que, mientras el sistema se felicita por ejecutar presupuestos o inaugurar programas, la escena central del cortometraje se repite una y otra vez.

Lo urgente, entonces, es atrevernos a pensar en una educación distinta: una que garantice tiempo pedagógico suficiente, acompañamiento real a los docentes en el aula, condiciones básicas de infraestructura, pertinencia cultural y lingüística, y un modelo de evaluación que no sirva para castigar, sino para retroalimentar y mejorar. Pero sobre todo, necesitamos un cambio en la forma de planificar y gobernar la política educativa: pasar del listado de actividades a una teoría de cambio con indicadores claros y públicos que muestren si los aprendizajes se están logrando o no.

Al final, lo que me deja este cortometraje en el marco de mis reflexiones doctorales es la certeza de que la educación guatemalteca, en su estado actual, está lejos de ser liberadora. Y mientras no enfrentemos de raíz los problemas estructurales de planificación, gobernanza y compromiso con el aprendizaje, el cuaderno de tantas niñas y niños seguirá acumulando intentos truncados, sin que logren escribir no solo su nombre, sino su propia historia.

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