En camino al 2050, ¿podemos predecir el futuro?

“El Estado en al año 2050: entre la decadencia y el esplendor” es un artículo de Carles Ramió en el que nos invita a analizar a nivel teórico el papel que puede jugar en el futuro el Estado y la administración pública. Plantea un escenario de partida en el que presenta a un Estado en crisis con poca legitimidad y que puede optar por dos caminos. Este ensayo, interesante desde muchos aspectos, aborda el impacto de las tecnologías de la información y comunicación en la economía, así como la globalización del trabajo, y la revolución tecnológica que estamos viviendo. Según Ramió estos profundos cambios en los paradigmas económicos, laborales y sociales han tenido un gran impacto en la configuración de poder del Estado y han puesto en marcha su transformación. Nuevamente, ¿hacia qué dirección evolucionará el Estado, a la decadencia o al resplandor? En la actualidad, el mundo está atravesando por un rápido cambio, existen sociedades lo suficientemente adelantadas para colocarlas en el centro del análisis y preguntarnos si queremos llegar hasta donde ellos lo han hecho. ¿Podemos usarlas como sujeto de comparación para predecir nuestro futuro?

Autores como Marini (1996) proponen que América Latina ha entrado en el proceso de globalización a principios de los años 80. Esta globalización es un proceso que se caracteriza por “la superación progresiva de las fronteras nacionales en el marco del mercado mundial” y está relacionado directamente con la producción, distribución y consumo de bienes y servicios. Pero ha tenido otros efectos como la alteración de la geografía política, las relaciones internacionales, la organización social, la reconfiguración de las escalas de valores e ideológicas propias de cada país. Hay una serie de factores externos al país – exógenos en términos de Ramió – y un conjunto de condiciones internas – endógenos – que han hecho que el Estado se transforme reaccionando a las exigencias que le son impuestas y requeridas como requerimientos que hace la ciudadanía para adaptarse a esta nueva sociedad que se forma.

La crisis del Estado, ¿presente o futuro?

Al parecer, en algún punto del desarrollo de nuestras sociedades hemos confundido los términos capitalismo y democracia. Al respecto Guerrero afirma que:

El pensamiento liberal actual, que es eso que se llamaba hace años el “pensamiento único”, encierra un núcleo duro que consiste en la idea de que el capitalismo y la democracia son sinónimos, o casi. Tanto en su vertiente liberal pura como socialdemócrata, los partidos del anacrónico sistema de mercado argumentan que éste es la mejor forma de economía posible o, al menos, la menos mala. Por esta razón, los primeros insisten en la superfluidad de la mayoría de las intervenciones estatales (son los teóricos fundamentalistas del Estado mínimo) mientras que los segundos ponen énfasis en la necesidad de completar (controlar, complementar, limitar, someter, etc., según los casos) a la labor del mercado con una fuerte intervención pública y social del Estado – por ejemplo, con un “Estado de bienestar” –, capaz de poner bajo el control de la sociedad la operativa del mercado (a menudo peligrosa, pero necesaria, según esta interpretación) (2003, p. 10).

Fue la primera corriente de pensamiento capitalista, la que ha evolucionado y se ha impuesto en los países considerados de occidente. Sin embargo, la globalización – entendida como un proceso real, económico y que es independiente de la política – ha sacado a relucir que el capitalismo y la democracia son independientes entre sí, por ende, no son lo mismo. Actualmente nuestra democracia está en crisis, ya que se ha reducido a una pequeña manifestación pública en un acto electoral cada cuatro años, la sociedad no está representada por los partidos políticos y ha sido invadida por una estructura burguesa y desactualizada que, por medio del financiamiento electoral, buscan imponer una retórica vacía para perpetuarse en el poder y seguir reduciendo la presencia del Estado, favoreciendo la liberalización de los servicios públicos.

La reducción del Estado como consecuencia directa del modelo capitalista ha que la percepción de que se necesita la mayor cantidad de esfuerzo para lograr un menor grado de cambio en la sociedad se convierta en una norma, ya que el Estado ha perdido poder. Respecto a esta idea Srnicek y Williams (2017) describen una serie de acciones que estamos acostumbrados a ver en Guatemala, campos de protesta y movilizaciones sociales conta la desigualdad social y económica. Pero no se logran avances y la brecha cada vez es mayor. Pareciera que la sociedad civil ha fracasado y su discurso está lleno de fatalismo. No es suficiente protestar, marchar u ocupar, y sus resultados solo son visibles cuando hay breves momentos en los que las cosas cambian ligeramente. En fin, la participación democrática y política de la sociedad civil guatemalteca no avanza al carecer de un discurso unificado, una demanda concreta y abordable, y una manera de conseguir cambios duraderos.

Si el poder público no se concentra en el Estado y tampoco lo hace en la ciudadanía, entonces debe ubicarse en otro lugar. Ramió afirma que es la economía quien ejerce el poder actualmente. Así el autor nos prepara para describir un escenario en el que el Estado “deriva hacia la marginalidad” en el que se ve necesitado de la gobernanza o bien de la delegación para sobrevivir. En Guatemala se ha escogido el camino de la gobernanza, mal aplicado, porque, como afirma Carló:

Es un modelo que, mal implantado, supone la asunción de la antipolítica, que garantiza la continuación del juego político entre partidos, pero la vacía de significación social, ya que le ciudadano se ve obligado a cuidar de su propio bienestar (2016).

Actualmente, somos consumidores activos de información, el desarrollo y las transformaciones sociales que ocurren alrededor del mundo no nos resultan desconocidas, incluso hemos adaptado discursos que nos hacen observar de lejos la política institucionalizada y la lógica que presentan los partidos políticos. Vemos, como también dice Ramió, que el Estado se ha convertido un ofertante de servicios públicos bajo la demanda de la ciudadanía, un proveedor que es incapaz de decidir, controlar o reaccionar frente alguna problemática.

Desde una perspectiva propia, pienso que Guatemala alcanzó en el 2020 la predicción del Estado disminuido que el autor previó para el 2050. La crisis está servida, el deterioro del Estado y la cooptación de la función pública se adelantó y fue posible gracias a la inesperada pandemia por COVID-19. La debilidad del Estado es tan evidente que los grupos oligarcas y sus aliados se atreven a actuar a plena luz del día y sin temor a las consecuencias de sus actos. Mientras que el gobierno predica acciones que no tienen congruencia con las obras que llevan a cabo. Yo planteo estas preguntas, ¿tener un gobierno de orientación socialdemócrata nos permitirá recuperar la fuerza política del Estado? ¿Tenemos la capacidad de conducir a una reforma del Estado que permita la refundación de este? ¿Podemos ganar una contienda electoral en las redes sociales?

 El camino a la recuperación del Estado

El autor cita a Francis Fukuyama varias veces, por lo que me he visto en la necesidad de buscar su trabajo. Fukuyama (2004) habla de la construcción del Estado como uno de los asuntos más importantes para la comunidad mundial, ya que los estados débiles o fracasados causan los problemas más graves a los que nos enfrentamos como sociedad que se globaliza, menciona la pobreza, el sida, las drogas o el terrorismo. Afirma que es necesario aprender a transferir instituciones fuertes a países en desarrollo y propone que las instituciones públicas requieren hábitos de pensamiento y mecanismos que no pueden ser trasladados de un país a otro. Sugiere pues, que cada país debe encontrar la forma en la que pueda hacer funcionar sus políticas públicas para abordar las problemáticas que se le presentan. Citando el trabajo el trabajo de Fukuyama (2015), Ramió explica que las instituciones estatales buscan conservarse por sí mismas por medio de la adaptación, pero que las personas se resisten fuertemente al cambio.

Fukushima y Ramió resultaron ser partidarios del fortalecimiento institucional por medio de la revaloración y meritocracia de la función pública. Ambos argumentan que la revolución tecnológica generará un mercado y una economía que no es compatible con el sistema capitalista. Fundamentan esta última idea señalando que los bienes informáticos son compartibles e infinitos, así que no se les aplica el principio de escasez basado en la oferta y la demanda, estos pasan a ser irrelevantes. Así también, la tierra, el trabajo y el capital, se están volviendo secundarios ante la comercialización de la información. Ramió afirma que la economía de la información también hace surgir grandes monopolios que se convirtieron en la única manera de generar beneficios, destruyendo el principio de libre competencia y la soberanía del Estado, ya que no puede emitir suficientes políticas regulativas para fomentar la competencia y defender los derechos de los consumidores.

Independientemente del panorama fatalista que presenta la realidad actual del país, la globalización y la revolución tecnológica nos presentan un abanico de posibilidades que no había estado a nuestro alcance hasta tener acceso al Internet. El autor también las ve y pone sus esperanzas en ello, una economía de la información que es compatible con una economía de mercado que se basa en reglas propias de mercado y ya no en las fuerzas históricas que lo han regulado. Habla entonces de un nuevo arquetipo de ciudadano que conceptualiza como “la persona culta universal” y que define a alguien con la capacidad de aplicación del conocimiento con la capacidad de tratar con conceptos puros. Asistimos entonces al nacimiento de una nueva clase social llamada tecno-burguesía, gente capaz de vivir interconectada. Vemos que las personas cada vez pueden acceder con mayo facilidad a la educación y a la comunicación, aunque yo pongo en duda esta realidad para Guatemala.

Lo que sí puedo notar es que cada vez somos más las personas que trabajamos en red y que tarde o temprano tendremos que tomar una postura seria para defender nuestro estilo de trabajo y buscar un modelo económico y social que nos represente. Me incluyo actualmente puesto que tengo la experiencia laboral de haber colaborado en la elaboración y ejecución de proyectos coordinados internacionalmente, proyectos interinstitucionales y multidisciplinarios que no hubieran sido posibles sin la revolución tecnológica. De la misma manera, conocer personas, desarrollar conocimiento, aplicar la ciencia, hacer vacunas, etc., todo esto se aceleró y se convirtió en una realidad tangible gracias a la pandemia por el COVID-19. El cambio es increíblemente revolucionario, las empresas reconocen que no necesitan que los empleados trabajen 8 horas al día y que son igual de productivos desde su casa. Se controla la contaminación por el consumo de combustibles fósiles disminuye. También representó un duro golpe para industria de los combustibles.

Finalmente, todas las cosas positivas y negativas que traiga consigo la revolución tecnológica reclaman la intervención pública. Es necesario legislar sobre la privacidad de la información personal y sobre los servicios que se prestan en red y/o en línea. Aunque podríamos permitir que el capitalismo se vuelva a descontrolar y que deje que las empresas de servicios en red dominen el mercado (como pasa en Guatemala) para convertirse en capitalismo salvaje. Un modelo político que incluya una reforma fiscal, protección de las condiciones laborales, fomente la libre competencia, fije parámetros éticos de operación y genere beneficios en función solo es posible por medio de instituciones públicas solventes y activas políticas gubernamentales.

Si recordamos lo tratado en el Contrato Social, caeremos en cuenta que el Estado surgió como una renuncia a la lógica individual para apostar por una lógica colectiva. Renunciamos a una parte de nuestra libertad para lograr mayor seguridad. Aunque el Estado sea una construcción artificial que sigue la evolución natural de nuestra naturaleza social, se contrapone abiertamente a los postulados de la teoría evolutiva natural al buscar un clima de imparcialidad y equidad mutua. La construcción de un nuevo Estado, con una administración pública moderna, tiene que basarse en un modelo impersonal que elimine el clientelismo (guatemalteco), puesto que es como dice Fukuyama orientado a amigos y mediocre en el rendimiento institucional.

¿Puede el gran conflicto entre intereses particulares y sistemas económicos resolverse a favor del Estado? Ramió afirma que los motores económicos, sociales e institucionales del bienestar de las sociedades modernas son el mercado, el Estado, el tercer sector y la familia. Desde mi comprensión de la tesis del autor, el mercado es un animal de dos cabezas, por un lado una cabeza oscura conformada con empresas emergentes gracias al Internet, que se han convertido en monopolios que aplican modelos depredadores y sin escrúpulos. Estas empresas no se pueden clasificar dentro del mercado privado tradicional y no respetan sus reglas. Por otro lado, aparece una cabeza clara, la economía colaborativa, en la que los productores y consumidores son los mismos y opera de forma gratuita o semigratuita. Esta segunda empresa se tambalea entre la producción y los intercambios, pero que no deja de ser mercado y también se torna agresiva por medio de la economía colaborativa de redes pagar para pagar. Se prevé que las empresas tecnológicas y su forma de acercarse al mercado terminen chocando con la economía tradicional y que a su vez estos monopolios caigan víctimas de la economía colaborativa que se perfila como nueva y futura economía de mercado. Finalmente una ciudadanía empoderada gracias a los sistemas colaborativos se sentirá atacada a nivel laboral, fiscal, a nivel de privacidad, falta de calidad en la prestación de servicios y pedirá una competencia real y reaccionará.

Conclusiones

Desde mi perspectiva el Estado está en crisis, la institucionalidad se ve afectada en muchos aspectos, a nivel nacional e internacional. A nivel nacional la dictadura legal de la impunidad financiada por las cámaras empresariales nos mantiene unidos a la crisis. A nivel internacional, los intentos de desprestigiar la democracia republicana en Estados Unidos, las dictaduras supuestamente socialistas en Latinoamérica, el discurso demagógico y violento del este de Europa, la amenaza belicista de Asia y la beligerancia de los países árabes muestran la crisis en la que se encuentran el Estado en general y la tendencia de las élites al cambio, ya que se resisten a la inclusión de la mujer, a independizar al Estado de la religión, a tener modelos abiertos de mercado, incluso se oponen a compartir el conocimiento y respetar modelos económicos que no son los propios.

Guatemala necesita un liderazgo propositivo nuevo, que surja de esta nueva generación de ciudadanos globales cultos y que no siendo específicamente estatistas, puedan interesarse por los asuntos públicos y buscar soluciones para estos cambios sociales que se presentan.

Puede existir un Estado que sea eficiente en la Administración Pública, pero me quedan dudas serias de cuánto tiempo y cuántas cosas debemos soportar los guatemaltecos para llegar a decidir que es el momento de hacer algo.

El Estado puede recuperar el poder y enfocar el mercado a una esfera postcapitalista, convirtiéndose en un facilitador, en donde las personas sean el centro de la función pública.

Referencias

Fukuyama, F. (2004). La construcción del Estado. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI. España: Ediciones B. S.A.

Guerrero, D. (2003). Globalización y postcapitalismo. Ensayos de Economía13(22), 7–35. Recuperado a partir de https://revistas.unal.edu.co/index.php/ede/article/view/24974

Marini, R. (1996). Proceso y tendencias de la globalización capitalista en La teoría social latinoamericana. Tomo IV: Cuestiones contemporáneas, (R. Marini & M. Millán, Eds.). México: Ediciones El Caballito, S.A.

Ramió, C. (2016). El Estado en el año 2050: entre la decadencia y el esplendor. Revista del CLAD Reforma y Democracia. 66, 5-34.

Srnicek, N., & Williams, A. (2017). Inventar el futuro: postcapitalismo y un mundo sin trabajo. Malpaso Ediciones.

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