Reflexiones sobre ética como consecuencia de la pandemia del COVID-19
Vemos las noticias en cualquier medio y, ¿con qué nos encontramos? La angustia de una sociedad que daba por sentado su seguridad. Colas interminables en los supermercados que causan desabastecimiento de insumos de primera necesidad. Restricciones de parte de los gobiernos sobre derechos fundamentales como la locomoción, educación y asociación de personas. La inminente caída de los mercados como consecuencia de una mala gestión económica y de la crisis en general. Fronteras cerradas y cientos de personas en dificultades para volver a sus hogares. Como si fuera poco, todavía hay que lidiar con noticias falsas, teorías de conspiración y tres puntas peligrosas de la ignorancia humana, la creencia en que Dios envió la enfermedad como castigo, la necesidad de responsabilizar a otros de cualquier molestia que provoque y, a mi juicio la peor de todas, la indiferencia absoluta. Pero hace falta preguntarnos ¿cómo llegamos hasta aquí?
Mi país, Guatemala, es una nación en vías de desarrollo, saqueada desde la colonia por todos sus gobernantes, primero los españoles, luego los gobiernos militares y ahora los gobiernos civiles fruto de la falsa democracia que aquí se vive. Una de las características más destacadas de nuestra sociedad es la inequidad, la cual puede observarse en el acceso a la salud, la educación, las nuevas tecnologías, las zonas verdes y los espacios sin contaminación. Al momento de redactar mis opiniones la epidemia del COVID-19 afecta a Guatemala de la manera siguiente (es seguro que esto cambiará en horas o días):
Los asquerosos valores de nuestra sociedad occidental
Según Adela Cortina en su publicación Jóvenes, valores y sociedad siglo XXI (2007) podemos hacer una comparación entre la propiedad privada y los valores que nos mueven a organizar la sociedad actual. Todos conocemos el concepto de propiedad privada, lo usamos para hablar de terrenos y empresas del sector productivo, es el estandarte de batalla de la derecha fallida. Este concepto se enfrenta y se tambalea frente al caballo de guerra de la izquierda fallida, la expropiación. No existe una palabra que cause más temor y desequilibrio entre los propietarios de la tierra y de las empresas que "expropiación". ¿Qué tal si la transferimos a las personas y no a las propiedades?
Cortina (2007) asegura que cuando alguien se expropia ha perdido el dominio de sí mismo y ya no es dueño de su vida, sus acciones y ya no es libre. En otras palabras se convierte en un esclavo. ¿Acaso esta pandemia nos está demostrando cómo hemos perdido la propiedad de nosotros mismos y sobre nuestras decisiones?
Veamos un poco cuáles son los valores que marcan nuestra forma de vivir actualmente:
Veamos un poco cuáles son los valores que marcan nuestra forma de vivir actualmente:
- Todo viene a corto plazo. La empresa es un buen ejemplo de ello (Cortina, 2007). Los empresarios se mantienen en ascuas preguntándose "¿cómo nos vamos a forjar un buen carácter si tenemos que tomar decisiones a corto plazo?" Lamentablemente, esta forma de pensar no es exclusiva de la empresa, sino que también de las personas, "si no hay que ir a trabajar, ni a estudiar, ¿por qué no adelantar las vacaciones inmediatamente?" Al fin y al cabo la vida existe para que seamos felices y nos la podamos pasar bien. Pareciera que nos enfocamos en vivir el momento y a cambio perdemos la perspectiva del futuro. Por eso, se es imprudente frente a la amenaza del contagio y no hay compromiso frente a la prevención. De la misma manera dejamos de ser responsables y nos angustia el futuro que no se puede cumplir por causa de una cuarentena.
- Somos individualistas. Una característica propia de nuestra sociedad es la emergencia de los derechos del individuo sobre los derechos de la comunidad. Aquí cambia de naturaleza la libertad y se convierte en independencia: "cada quién tiene derecho de hacer algo y a la vez derecho a que los demás me dejen hacerlo". Según este razonamiento, usted tiene derecho a llegar corriendo al supermercado y comprar todo el papel higiénico que quiera y nadie puede interferir en ese derecho. Usted puede causar desabastecimiento de productos de primera necesidad y nadie debe decirle nada al respecto. También podemos mencionar la intención de sacar por la fuerza a las personas que hacen su cuarentena domiciliar (solo por si acaso), a la persona insensible que divulgó nombres y direcciones de los que están en cuarentena y a aquellos que atacan a los turistas o residentes extranjeros solo por su apariencia.
- Creemos firmemente que consumir nos hace más felices (ni voy a comentar más aquí).
- Exigimos nuestros derechos, pero nos olvidamos de nuestras obligaciones. Actualmente no queremos saber de deberes, no queremos que nos den sermones. Salimos a la calle, al supermercado, a los mercados incluso, nos reunimos en una iglesia porque no nos dejaron sacar la procesión. Hacemos que nuestros empleados vengan a trabajar. ¿Qué pasará cuando uno llegue a uno de estos lugares y se encuentre en la fase contagiosa del virus? ¿Cuántos más se deben contagiar? ¿Por qué es necesario que el gobierno de permisos a las empresas para trabajar?
- La familia ya no importa. No solo ella, sino que también la comunidad. Debido al individualismo irracional que practicamos y a la falta de conciencia de nuestras responsabilidades asumimos conductas de riesgo para las personas que nos rodean. Nos vamos de viaje a Europa y luego vamos paseando por allí, entrando en contacto con toda la familia y los vecinos que sea posible.
- Vivimos en el mundo de la exterioridad, en el que hace falta la capacidad de reflexión. Vamos a revisar las tendencias del Twitter para darnos cuenta de la cantidad de personas que emiten opiniones que nadie tomará en cuenta y están completamente enajenados en su pequeño mundo virtual. O bien, podemos ver a aquellos que comparten sin cesar noticias falsas sobre teorías de conspiración y tratamientos "alternativos" carentes de sustento científico que solo nos pondrían más en riesgo.
- Somos competitivos, en todo el mal sentido de la palabra. Celebramos una "semifinal" en la que competíamos por qué país del mundo no reportaba casos de la infección. Nos comparamos con otros países porque exigimos que nuestro gobierno demuestre que puede más que los otros. Queremos que este problema de naturaleza global nos haga resaltar y aumente nuestro autoestima.
- El guatemalteco gusta de ser un animal de rebaño. ¿Por qué se atoraron los supermercados? ¿Por qué se crean especulaciones? ¿Por qué todos compartimos una infografía sobre lavarse las manos? ¿Por qué contribuimos al pánico colectivo? Hasta hemos recurrido a explicaciones fantasiosas como la mal llamada "selección natural y supervivencia del más fuerte" para explicar nuestra deplorable conducta.
- Sentimos desprecio por el otro. Nos falta compasión, somos incapaces de practicar la empatía con las demás personas y padecer con ellos su sufrimiento o alegría. Solo tenemos que recordar la amenaza que experimentan los infectados de parte de la comunidad y los deseos de fusilamiento, segregación e intolerancia en general.
Podría explicar qué conductas podrían contrarrestar (a mi juicio) estas actitudes nefastas que nos afectan como guatemaltecos y como ciudadanos globales (porque no somos muy distintos de otros humanos). Sin embargo, si usted no es capaz de encontrar una solución a cada uno de estos casos, es porque solo se conoce sus derechos y no tiene noción alguna de sus obligaciones. No espere que venga alguien de afuera a resolverle la vida y decirle qué hacer.
Recuerde bien, el problema no es solo el CACIF, ni el Presidente, ni las personas que se han ido de viaje al extranjero, menos los pobres que tienen que ir a trabajar. El problema es la forma en la que vivimos, cómo nos relacionamos y la importancia que tiene para cada uno de nosotros "el otro".
Por último les recuerdo que esto es solamente mi opinión, en función de las cosas que sé. En otro momento tal vez quiera escribir sobre las bases científicas que describen al virus, su origen y propagación. Es casi seguro que no estemos de acuerdo, pero recordemos algo, mis bofetadas de realidad no le gustan a nadie. Saludos.
Referencia consultada:
Cortina, A. (2007).
Jóvenes, valores y sociedad siglo XXI. Proyecto(63), 27-38.
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